Se queja Fernando de que no he escrito lo suficiente sobre Calcuta. Hace poco mas de una semana que estuve allí y sin embargo parece que ha trascurrido una eternidad.
60 horas de secuestro en la ciudad de Bombay, que el mundo entero a podido seguir a través de la televisión; el reencuentro con Mate, a quién no veía hace más de 20 años, el zambullirme desde las calles de Calcuta al lujo de un festival de cine internacional en Goa hace que tenga que volver a recolocarme para poder hablar de Calcuta.
Y es que esa es una de las cosas, no se si mala o buena de este viaje a la India: las cosas ocurren tan rápido, tan seguidas, tan sin tregua que hay ocasiones aunque vivo intensamente las situaciones, pero no soy capaz de retenerlo, la realidad se me escapa al segundo siguiente de haber ocurrido. Es un buen aprendizaje para los que empezamos a entender en propia carne que significa eso de vivir el presente al 100%. Sin embargo, sin engancharme al pasado no quiero renunciar a ese placer que significa volver a vivir los momentos ya pasados; con todo lo que eso conlleva de transformación de la realidad. Pero que es más verdad, lo que vivimos o lo que recordamos.
Como creo que ya comenté, empecé a leer la Ciudad de la Alegría el día anterior a mi visita a Calcuta y lo he terminado en el aeropuerto de Goa de vuelta a Bangalore. Es una de las cosas buenas que tiene el que las compañías aéreas te regalen 4 horas de retraso.
Supongo que existe esa Calcuta que describe el libro o algo que se le asemeja aunque también es verdad que puede hablar con gente de Calcuta que no están nada de acuerdo con la imagen que de la ciudad se da en el libro. Claro que teniendo en cuenta la crudeza de las imágenes, a mi tampoco me gustaría que esa fuera la imagen de mi cuidad, ni aunque fuera cierta.
Sin embargo la Calcuta que yo he vivido es otra y es la que me gustaría contar. Como se que hay amigos leyendo esto que tienen su propia experiencia de la ciudad, les ruego que hagan todos los comentarios, acotaciones y críticas que consideren oportuno. Este relato es sólo mi Calcuta y nada más que eso.
Para empezar he de reconocer que Calcuta es una ciudad a la que nunca había tenido deseos de acudir. Las referencias que tenía me ofrecían una imagen de pobreza, tristeza y muerte, que realmente no eran nada apetecibles. Sin embargo, la pasión que Robert alias Paisa, siente por la ciudad y la transformación que en menos de un mes sufrió Fernando respecto a esa ciudad, fueron definitivos para animarme a hacer este viaje. Por ello les estaré eternamente agradecida a ambos. En el caso de Fer, además, he de agradecer su inmensa hospitalidad.
El primer día hicimos una visita rápida pero intensa a una de las calles más famosas y comerciales de Calcuta, Park Street; da igual donde vayas en Calcuta que antes o después pasaras por Park Street. Una calle llena de buenas librerías como Oxford Books donde me encontré por primera vez con todo un personaje de esta ciudad, Rabi Sankar y donde finalmente pude comprar El Principito en inglés para regalárselo a alguien que “cree” que no le gusta leer. Tras dar un paseo por la calle nos fuimos directamente a saborear un delicioso té en el Fairlaw en cuyo jardín coincidimos con Marga y Eduardo. Marga estaba en sus últimos días como voluntaria en Madre Teresa y este primer encuentro tendrá su segunda parte en Febrero delante de una hoguera en un bosque de Lugo celebrando una queimada. Eduardo es un viajero empedernido y al día siguiente intentaría ver algún tigre en la reserva del delta de Bengala. Ya os adelanto que no vio ninguno....
Si tuviera que describir El Fairlawn diría: verde, té, encuentros y comienzo. Verde porque es el color que predomina desde que entras o al menos a si lo recuerdo, té porque esta buenísimo y bien servido, encuentros porque es el punto de reunión de miles de viajeros y locales y comienzo porque fue el principio de una gran amistad con la ciudad.
60 horas de secuestro en la ciudad de Bombay, que el mundo entero a podido seguir a través de la televisión; el reencuentro con Mate, a quién no veía hace más de 20 años, el zambullirme desde las calles de Calcuta al lujo de un festival de cine internacional en Goa hace que tenga que volver a recolocarme para poder hablar de Calcuta.
Y es que esa es una de las cosas, no se si mala o buena de este viaje a la India: las cosas ocurren tan rápido, tan seguidas, tan sin tregua que hay ocasiones aunque vivo intensamente las situaciones, pero no soy capaz de retenerlo, la realidad se me escapa al segundo siguiente de haber ocurrido. Es un buen aprendizaje para los que empezamos a entender en propia carne que significa eso de vivir el presente al 100%. Sin embargo, sin engancharme al pasado no quiero renunciar a ese placer que significa volver a vivir los momentos ya pasados; con todo lo que eso conlleva de transformación de la realidad. Pero que es más verdad, lo que vivimos o lo que recordamos.
Como creo que ya comenté, empecé a leer la Ciudad de la Alegría el día anterior a mi visita a Calcuta y lo he terminado en el aeropuerto de Goa de vuelta a Bangalore. Es una de las cosas buenas que tiene el que las compañías aéreas te regalen 4 horas de retraso.
Supongo que existe esa Calcuta que describe el libro o algo que se le asemeja aunque también es verdad que puede hablar con gente de Calcuta que no están nada de acuerdo con la imagen que de la ciudad se da en el libro. Claro que teniendo en cuenta la crudeza de las imágenes, a mi tampoco me gustaría que esa fuera la imagen de mi cuidad, ni aunque fuera cierta.
Sin embargo la Calcuta que yo he vivido es otra y es la que me gustaría contar. Como se que hay amigos leyendo esto que tienen su propia experiencia de la ciudad, les ruego que hagan todos los comentarios, acotaciones y críticas que consideren oportuno. Este relato es sólo mi Calcuta y nada más que eso.
Para empezar he de reconocer que Calcuta es una ciudad a la que nunca había tenido deseos de acudir. Las referencias que tenía me ofrecían una imagen de pobreza, tristeza y muerte, que realmente no eran nada apetecibles. Sin embargo, la pasión que Robert alias Paisa, siente por la ciudad y la transformación que en menos de un mes sufrió Fernando respecto a esa ciudad, fueron definitivos para animarme a hacer este viaje. Por ello les estaré eternamente agradecida a ambos. En el caso de Fer, además, he de agradecer su inmensa hospitalidad.
El primer día hicimos una visita rápida pero intensa a una de las calles más famosas y comerciales de Calcuta, Park Street; da igual donde vayas en Calcuta que antes o después pasaras por Park Street. Una calle llena de buenas librerías como Oxford Books donde me encontré por primera vez con todo un personaje de esta ciudad, Rabi Sankar y donde finalmente pude comprar El Principito en inglés para regalárselo a alguien que “cree” que no le gusta leer. Tras dar un paseo por la calle nos fuimos directamente a saborear un delicioso té en el Fairlaw en cuyo jardín coincidimos con Marga y Eduardo. Marga estaba en sus últimos días como voluntaria en Madre Teresa y este primer encuentro tendrá su segunda parte en Febrero delante de una hoguera en un bosque de Lugo celebrando una queimada. Eduardo es un viajero empedernido y al día siguiente intentaría ver algún tigre en la reserva del delta de Bengala. Ya os adelanto que no vio ninguno....
Si tuviera que describir El Fairlawn diría: verde, té, encuentros y comienzo. Verde porque es el color que predomina desde que entras o al menos a si lo recuerdo, té porque esta buenísimo y bien servido, encuentros porque es el punto de reunión de miles de viajeros y locales y comienzo porque fue el principio de una gran amistad con la ciudad.
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